Suele escucharse que cada vez es menos nítida la figura del maestro, que casi ya no existen quienes puedan denominarse tales, que tampoco los alumnos de hoy están demasiado dispuestos a asumir el rol de discípulos (con lo que ello tiene de compromiso) y que “maestros, con todas las letras, eran los de antes”. Seguramente no pocos nostálgicos, justificadamente lo viven así. Porque muchos no han tenido una relación personal tan potente como la anteriormente descrita, que marcara un rumbo en su carrera y también en buena medida, en su vida personal. Es así que denominaron maestro a otro modelo de docente, muy versado en su área, especialmente inaccesible, de pocas y un tanto crípticas palabras, al que era casi una tarea imposible abordar para aclarar una duda o simplemente formularle preguntas. Se trataba de figuras lejanas, imbuidas de un halo misterioso y ubicadas imaginariamente por eso mismo, en el Olimpo de lo inalcanzable.
Los maestros verdaderos todavía están vigentes hoy y no es verdad que los jóvenes ya no los respeten o no los necesiten. Lo que ocurre, en mi concepto, es que lo que se espera del maestro es el espíritu crítico, la discusión enriquecedora y el cuestionamiento fundamentado en el razonamiento y en la bibliografía. Se le siente cercano, porque debe estar dispuesto siempre a aceptar que la verdad es multifacética, sin propietario exclusivo y por ende, con diversos aspectos a considerar y que no existe un criterio unívoco en la mayor parte de las cuestiones, como tampoco de la vida. El verdadero maestro deja discípulos que continúan en su derrotero y en cuya calidad trasciende la de aquél; el pseudomaestro, en cambio, más allá de su empaque, no deja nada tras de sí.
El maestro humanizado, autocrítico, motor de proyectos y de cuestionamiento
fecundo sigue y seguirá siendo imprescindible, esperado y seguido. Porque
esencialmente, se le verá como un modelo de vida, como alguien que señala el
camino de la ética y de la autosuperación. Seguramente con el paso de los años,
se irán olvidando sus clases magistrales, aun cuando hayan sido brillantes; lo
que dejará en quienes se le acercaron una huella indeleble será, a no dudarlo,
su manera de vivir.
También queremos enlazaros a nuestra entrada del año pasado -en esta misma fecha- para volver a recordar a nuestra muy querida Gloria Fuertes, gran maestra, amante incondicional de los niños, a quienes no dejaba de regalarles sus creaciones poéticas, y que murió justamente un 27 de noviembre del año 1998.
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